Ven y cuéntame al oído, otra vez, esa historia que me contabas de niña. Era algo así como una historia de superhéroes donde las batallas que se libraban eran por los sueños en un mundo en el que, si luchabas por ellos, se hacían realidad.
En este cuento no había princesas que vivían en castillos encantados ni hadas madrinas que, a golpe de varita, les concedieran todos sus deseos; tampoco príncipes azules liderando ejércitos para enfrentarse a temibles dragones. No existían protagonistas ni escalafones.
Pero la niña, a la que nunca llamaste princesa sino que siempre fue tu pequeña heroína, se hizo mayor. Y comenzó a entender muchas cosas. Esas palabras se convirtieron en su bandera y descubrió que los dragones no eran tan fieros, que los castillos eran prisiones y las perdices tenían fecha de caducidad.
Septiembre 2016